Recuerdo cuando te dije que me tenías que dar algo y bromeábamos diciendo que lo único que podías darme en aquél momento era una camiseta interior. Recuerdo nuestras sonrisas fundiéndose a la vez que nuestros pensamientos lloraban. Recuerdo también que te di la mano, que mirábamos el fútbol y comentábamos las jugadas. Hubiera querido que ese '¿qué tal estás hoy?' y ese 'ya me podría ir' hubieran sido eternos... Recuerdo mirarte a los ojos y, en algunos momentos, me mirabas fijamente como si quisieras decirme algo.

Soy débil, lo sé. No puedo contar tu historia, no puedo pensar en ti, no puedo nombrarte sin que me caiga una lágrima. Es increíble la cantidad de cosas que relaciono contigo; el simple hecho de mamá me preguntara si quería pisto y decirle que no, que aun no estaba preparada. Me acuerdo de nuestras largas charlas por teléfono, cuando te llamaba cada día, cuando nuestras conversaciones giraban entorno a papá, al Sevilla y a mis estudios.

En el momento no dije nada, callé, oí, respiré, aunque a duras penas y pensé que ahí se acababa todo. Recuerdo a mamá diciéndome que no sabía cómo podía contener las lágrimas y yo seguí comiendo. Recuerdo ir al salón, decirle a Lucía lo que había pasado, tenerla entre mis brazos llorando y yo mirar al balcón. Recuerdo notar que algo me pasaba pero no sabía qué. Recuerdo cómo me sentí al saber que viniste conmigo aunque tú despegarás cinco minutos antes.

Sí, te recuerdo. Te recordaré y no me olvidaré nunca de ti... Porque además de tu presencia, tengo tu camiseta interior y, con eso, soy feliz.